Cada 4 años se celebra el Día del Pobre, el nuevo mandatario les promete un mejor futuro con empleo, educación, salud y vivienda digna; sin embargo, el 9 de mayo, todos los infortunados vuelven a ser un número bajo una línea de pobreza. La época navideña sirve para que los pobres tengan su sueño y la televisión transmita el sufrimiento ajeno. Ahí ellos son las estrellas, pero la mayoría de los que no viven esta experiencia en carne propia se mantienen expectantes e indiferentes.

Hace poco 200 jóvenes, voluntariamente, tuvimos oportunidad de hacer lo que los bonos de la vivienda no han conseguido: construir una vivienda digna para muchas familias que habitan entre la tierra y las latas oxidadas que les sirven como “casa”. El proyecto de Un Techo Para Mi País (UTPMP) impulsado desde Chile es altruismo legítimo; solo se construye una casa pero, a la vez, nosotros los jóvenes deseosos de preparar un mundo menos desigual, vemos el problema de frente y con sus dimensiones reales. Por un lado estamos dando una mano al Gobierno, que se entorpeció en la labor humanitaria directa sobre las familias en pobreza extrema; por otro, estamos haciendo posible una realización personal que tenemos todos los jóvenes en cuanto a mejorar la calidad de vida de la mayor cantidad de gente posible. Construir 5 casas en un precario donde viven hacinadas 100 familias es solo un cambio minúsculo para un gran problema, pero para una de esas familias si es un empujón enorme: ¡Una preocupación menos!

Paradojas. Las cifras oficiales dicen que hay entre 15% y 20 % de la población bajo la línea de pobreza ( Estado de la nación , 2007). Solo bastan 5 familias para razonar sobre lo que sufren los otros 68.000 hogares en dicha condición y ver que la gente no es pobre por que quiere o por vagancia, sino porque el día a día limita en muchos aspectos a todas estas personas. Otro dato que resulta paradójico es que Curridabat –donde construimos esas 5 de las 24 casas– es el tercer cantón en desarrollo humano y líder en urbanismo, inversión y profesionales graduados (IDH, 2005); sin embargo, la realidad que vimos es otra: Miravalles, Valle del Sol y otras comunidades de Tirrases viven sumidas en la pobreza y al amparo de las organizaciones de bien social, sin que los más pequeños puedan aspirar a salud, educación y el sueño de un mejor mañana. Fue suficiente preguntar a un niño: ¿Qué quiere ser cuando sea grande? y no recibir respuesta, para entender la visión de mundo que están heredando las nuevas generaciones en zonas como estas.

Los bonos de la vivienda muchas veces se han convertido en una de las tantas piezas de clientelismo electoral del engranaje político nacional; es vergonzoso tener que reconocerlo ante extranjeros. No es posible acabar con el problema de un día para otro mediante un decreto o ley, pero tampoco es justificable que los recursos destinados a erradicar tugurios y mejorar la calidad de vida de los más desfavorecidos terminen gastados en trámites burocráticos o, en el peor de los casos, en las bolsas de un inescrupuloso. Tal vez apoyando iniciativas como las de UTPMP, que son de acción directa y voluntaria, se esté dando un paso grande en el combate a la pobreza que este país tiene pendiente. Que los recursos vayan a personas con la voluntad de ayudar de corazón porque, si por la víspera se saca el día, a la voluntad política nos quedaremos esperándola muchas décadas más.

Aparece primero en nacion.com el 24 de diciembre de 2007.